ACADEMIA

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domingo, 21 de febrero de 2010

FILOSOFÍA Y PERPLEJIDAD

Estoy pensando que la misma sensación de perplejidad (o susto, o asombro, no sé bien) que se puede apreciar en mi actual foto del perfil no me ha abandonado de unos años a esta parte. Desde una perspectiva filosófica sincera diría que afortunadamente, pero desde una perspectiva vital no estoy tan seguro. Es más cómoda una vida en la que todo cuadra, una vida asentada en las creencias en vez de en las ideas. No iba desencaminado Ortega cuando decía que en las creencias se está, mientras que las ideas se tienen. En verdad, la actitud natural es la actitud en que las cosas son aproblemáticas, en la actitud natural todo cuadra, pero esta es una actitud acomodaticia, es la actitud de la pereza, la actitud inauténtica heiddegeriana en que nos dejamos llevar mientras no encontremos un obstáculo que nos obligue a replantearlo todo, o, al menos, replantear una parte, pero en profundidad. Sin embargo, la actitud filosófica no aparece sólo porque nos lo exija la necesidad de resolver una necesidad práctica que se hubiera visto interrumpida. No. La actitud filosófica es aquella que, sin razón utilitaria aparente, e incluso contra toda razón instrumental y utilitaria, incluso contra las exigencias de una vida apacible y despreocupada, se empeña en no dar por agotada una explicación de las cosas por mucho que ésta nos reconforte o nos libre de la angustia. Desde una actitud filosófica, que será siempre una perspectiva de totalidad y, consecuentemente, nunca deliberadamente restringida al ámbito del interés particular (individual o de grupo), desde esta actitud o perspectiva (que tanto es), decía, el mundo es tan problemático como interesante. Y no digo problemático en el sentido en que entendemos el problema matemático tal y como nos lo planteaban en el colegio, sino en el sentido riguroso en que sólo se puede entender un problema, esto es, como algo irresoluble; porque si un problema tiene ya una solución, entonces no es un problema, sino un ejercicio, y es con lo que el aspirante a matemático o a físico tiene que vérselas, con ejercicios que o son resolubles o se entiende que es sólo cuestión de tiempo el que lo sean, según se entiende que proceden las ciencias, de una manera positivamente progresiva. Mas entonces no cabe perplejidad en sentido estricto, sino, en todo caso, espera espectante o confianza en que uno mismo o la ciencia acabará resolviendo el ejercicio a que se enfrenta. La filosofía, sin embargo, sabe que se las ha de ver con problemas que, en principio, son irresolubles. De hecho, históricamente, cuando el conocimiento de un objeto, y de los problemas a que ha dado lugar, llega a un estado tal en que se considera que se dispone ya de un saber capaz de resolver definitivamente esos problemas, entonces a ese saber se le otorga el nombre de ciencia y se desgaja de la filosofía (lo cual no implica que, en efecto, se encuentre en disposición de resolver efectivamente esos problema). Así, la actitud natural es máximamente ingenua; la actitud científica es, cuando hablamos de ciencias verdaderas, esto es: adecuadas a su objeto (la medicina por ejemplo), esperanzadora; y la actitud filosófica es motivadora por inagotable, difícilmente esperanzadora por las dosis de escepticismo que reclama y es, además, difícilmente compatible con una vida plácida en la que todo cuadre. Es desde este sentido que se puede decir que la actitud filosófica es un sinvivir y que una vida plena es una vida más acorde con la actitud natural. ¿Cómo es entonces que algunos somos incapaces de negar la máxima socrática de que una vida sin examen no merece ser vivida? ¿Cómo es que una vida guiada sólo desde la actitud natural nos parece poca vida siendo como es que desde un punto de vista utilitario y materialista no es necesario más? ¿Qué extraña motivación puede haber tras la confesión de Bertrand Russell según la cual sólo las ganas de aprender matemáticas le libraron del suicidio? Yo tengo para mí que esto es posible porque una vida concebida sólo desde la perspectiva de la satisfacción de los deseos y necesidades meramente materiales no es una vida verdaderamente humana. De hecho, creo que no hay nadie que se mantenga siempre en la actitud ingenua natural, creo que todo el mundo se encuentra a menudo en situaciones en las que se ve tentado a cuestionar las creencias en que está, y el niño que dispone ya de un lenguaje con que articular preguntas complejas más que nadie. Otra cosa es cuanto le dura el ataque al adulto, y al niño el estado de indomesticación. Pero todo esto lo escribo con la misma cara de perplejidad que me parece ver en la foto de mi perfil. Aunque, ¡cuidado! esto son ideas, que no son creencias (busquen el texto de Ortega). Toda la seguridad con que la gente se pronuncia sobre lo humano y lo divino es, para mí, una experiencia ajena.

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